LOS CARISMAS EN LA
COMUNIDAD
1.
La Iglesia continúa hoy la Misión de Cristo
Sabemos que el
Espíritu Santo guía a la Iglesia en su misión, la acompaña consignos
y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor
resucitado, y se deja constancia de su acción continua, manifestada
especialmente en la comunión fraterna de las comunidades cristianas.
Dios nos habla por medio de esos maravillosos regalos que son la Palabra y
los Sacramentos. También,la vida cristiana es una vida que está
llamada a la plenitud, a la santidad. Tú estás llamado a ser
santo. El Espíritu Santo es quien va haciendo en tu vida esa santidad.
Para ello te concede sus frutos y sus dones.
El pueblo de Dios
es uno y único, y ha de extenderse por todo el mundo a través de los siglos
para que se cumpla el designio de Dios. En este pueblo único, todos sus miembros tienen
la misma dignidad, ya que, renacidos en el mismo bautismo, todos
tienen la misma gracia de hijos, la misma fe, un amor sin divisiones y la misma
vocación a la santidad. Por eso, en la Iglesia no hay ninguna desigualdad
por razones de raza o nacionalidad, de sexo o condición social.
En la Iglesia, pueblo de Dios, todos los miembros
tenemos la misma dignidad e igualdad, pero el Espíritu Santo nos da dones
diferentes para que los pongamos al servicio del bien común. También
suscita ministerios y tareas diferentes en la Iglesia
El consumismo
del mundo de hoy lleva a mucha gente a pedir una religión a la carta: tomo
lo que me sirve o me apetece. Hay quien quiere hacerse un Evangelio y una
Iglesia a su medida… Muchos ven en la Iglesia como una oficina de servicios
religiosos a los que se acercan cuando hay necesidad: bautizos, bodas,
entierros… ¡Cuán lejos se está de vivir y disfrutar la Iglesia como el
pueblo de Dios que Él se ha elegido para que continúe la misión de su Hijo
y sea comunidad de hermanos al servicio de toda la humanidad!
La Iglesia existe
para seguir realizando la misión de Cristo: servir a todos y cada uno de los hijos de Dios. Todo
cristiano es servidor no por voluntad propia, sino por aquel que lo ha
constituido en hijo: por Dios. Sin embargo, dentro de esta dignidad e
igualdad, el Espíritu llamapara servicios diferentes: sacerdotes,
religiosos y laicos todos hemos recibido el Espíritu para la edificación de
la Iglesia.
Dios ha querido
salvar a los hombres constituyendo un pueblo:la Iglesia. A la Iglesia, pueblo de Dios, pertenecen
todos los que creen en Cristo y han sido bautizados. La identidad
de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios. Su ley
es el mandamiento nuevo de amar como el mismo Cristo nos ha amado. Su misión
es acoger la salvación y llevarla a todos los hombres. Su destino
es el Reino definitivo de Dios.
Cristo ha comunicado la misma unción del Espíritu Santo al pueblo por
él fundado, convirtiéndolo en pueblo mesiánico y haciéndolo
partícipe de su dignidad y misión sacerdotal, profética y real.
2. Ministerios
y servicios en la Comunidad.
Ahora bien, dentro de esta igualdad fundamental, el Espíritu Santo,
reparte una diversidad de dones que capacitan para distintos
ministerios, servicios y actividades, en orden a construir y renovar al
mismo pueblo. El Espíritu reparte multitud de carismasespeciales,
personales o colectivos, para subvenir a las necesidades concretas
del pueblo de Dios.
Toda esta diversidad no destruye ni anula la unidad del Pueblo
de Dios ni la igualdad fundamental de sus miembros, sino que la enriquece y
potencia.
3. Obispos,
sacerdotes y Diáconos.
El mismo Señor instituyó a algunos como "ministros"
(servidores), que tuvieran la
sagrada potestad de actuar en su nombre y con su autoridad de Cabeza de la
Iglesia. Este ministerio fue instituido por Jesucristo cuando llamó a los
doce Apóstoles y los envió como el Padre lo había enviado a él. Y el mismo
Señor quiso que estos Doce formaran una especie de "colegio" o grupo
estable, al frente del cual puso al apóstol san Pedro, a quien entregó las
llaves de la Iglesia y nombró pastor de todo el rebaño con la potestad de atar
y desatar.
Como esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que
durar hasta el fin del mundo, los mismos Apóstoles se preocuparon de nombrar
sucesores, a los que transmitieron el don del Espíritu. Y este
ministerio eclesial, que hereda y continúa el ministerio apostólico, está
ejercido ya desde antiguo por tres grados: obispos, presbíteros
y diáconos, que son conferidos por el sacramento del Orden. Los obispos
y presbíteros participan del sacerdocio de Cristo y tienen capacidad de
actuar "en persona de Cristo cabeza": por eso son llamados
"sacerdotes". Los diáconos tienen la misión de ayudarles
y servirles en este cometido.
Entre estos ministerios, ocupa el primer lugar el de los obispos,
que son los transmisores de la semilla apostólica. Por eso, forman un colegio
que tiene por cabeza al obispo de Roma y sucesor de Pedro, el Papa.
Éste ejerce la potestad suprema, inmediata y directa sobre todos los fieles,
y su magisterio goza del privilegio de la infalibilidad cuando enseña, como
supremo maestro, una verdad revelada para que sea aceptada por todos los
creyentes.
Cada obispo es puesto al frente de una iglesia particular, la diócesis,
para que sea principio y fundamento visible de su unidad y para que
ejerza en ella los oficios de maestro de la fe, gran sacerdote, y
pastor propio. La función ministerial de los obispos ha sido encomendada
también a los presbíteros. Pero ellos no tienen la
plenitud del sacerdocio como los obispos, sino que dependen de éstos en el
ejercicio de su ministerio. Son los colaboradores necesarios del Orden
episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por
Cristo.
En el grado inferior están los diáconos a quienes también
se les imponen las manos para servir a la Iglesia en el ministerio de la
Liturgia, de la Palabra y de la caridad. Por el carácter que reciben en la
ordenación, el Espíritu Santo les configura con Cristo, el servidor de todos.
Por eso, los diáconos son el signo eclesial del amor al prójimo.
4. Los
Laicos, su vocación a la santidad y al Apostolado.
Llamamos laicos a todos los miembros del pueblo de
Dios que no son ministros ordenados ni religiosos. Participan plenamente
por el Espíritu Santo de su dignidad profética, sacerdotal y real, y ejercen
en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo de Dios con plenitud de
derechos y obligaciones. Por eso están llamados a compartir la común
vocación a la santidad.
Esta común vocación a la santidad presenta en los laicos una modalidad
propia: su carácter secular. Los laicos viven en medio del
mundo y de los negocios temporales, y allí les llama Dios para que busquen
su Reino ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. La
vocación propia de los laicos exige, en primer lugar, que participen de
forma peculiar en la tarea de evangelización o apostolado: deben trabajar
para que el mensaje de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres.
A ellos les corresponde testificar, con obras y palabras, que la fe cristiana
constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas
que la vida plantea. Y lo pueden realizar, además de individualmente, reunidos
en diversas comunidades o asociaciones.
Los laicos son llamados por Cristo y ungidos por el Espíritu Santo para
servir a las personas y a la sociedad, es decir, a esforzarse para que las
exigencias de la doctrina y de la vida cristiana impregnen la familia y las
realidades sociales, culturales, políticas y económicas. Su compromiso es
indispensable para que la Iglesia pueda cumplir su misión en el mundo.
En todos los tiempos el Espíritu Santo concede con abundancia estos
dones a todo tipo de cristianos. Los carismas han de ser acogidos con
gratitud y alegría, tanto por parte de quienes los reciben como por parte
de toda la Iglesia. El juicio sobre su autenticidady sobre su ordenado
ejercicio, pertenece a aquellos que presiden la Iglesia, a quienes
especialmente corresponde no extinguir el Espíritu, sino examinarlo todo y
retener lo que es bueno, para que los carismas cooperen de verdad al bien
común.
5. La
Vida Consagrada.
La vida consagrada se caracteriza por la profesión de
los consejos evangélicos en un estado de vida estable y reconocida por la
Iglesia. Los que asumen libremente este estado se comprometen a practicar lacastidad
en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. Se proponen, bajo
el impulso del Espíritu, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios
amando por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el
servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo
futuro.
Entre las distintas formas de vida consagrada destaca la vida
religiosa, que se distingue por el aspecto cultual, la profesión
pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común y por el
testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia.
Otra forma de vida consagrada es la de los institutos seculares,
en los que sus miembros, asumiendo también los consejos evangélicos y una vida
de fraternidad específica, viven en el mundo, aspiran a la perfección de
la caridad y se dedican a procurar la santificación del mundo desde dentro
de él. Existen también las sociedades de vida apostólica,
cuyos miembros, sin votos religiosos públicos, buscan un fin apostólico
específico y, llevando una vida fraterna en común, aspiran a la
perfección de la caridad por la observancia de sus constituciones.
Publicar un comentario